El duende en la literatura, y en el cine
Jorge Sánchez Jinéz
En
el libro La psicología del yoga kundalini Carl Gustav Jung habla sobre
el enano de las historias literarias; menciona, ahora mismo no tengo el dato,
alguna novela, donde un personaje de estas dimensiones, funciona a nivel
psíquico como una representación o símbolo de nuestros complejos, es decir, aquellos
núcleos que, con cierta autonomía, ejercen fuerza y atención, para actuar,
digamos, de mala manera: en la vida cotidiana, podrían representar olvidos,
omisiones, negligencias, y errores de distintas magnitudes y clases. Hasta aquí
el tema de Jung y los complejos, más o menos funcionales.
Otro
respecto, sin embargo, nos merecer hablar de los duendes malditos y el terror,
y en ese sentido me gustaría trasladar lo mencionado arriba hacia un escenario
funesto (pero sólo aquí, en el papel), a donde al enano como complejo le
sumamos una historia de terror, en el cine hay muchas de ellas. En este caso,
estaríamos hablando de un complejo mucho más poderoso, más potente y que
representaría, ya no un olvido o un elemento similar, sino un terror, interno,
por supuesto, y en algunos casos hasta una perversión; pero vayamos más
despacio. En el caso del terror, estos enanos o duendes malditos nos hablarían –arguye
Alexander Lowen, un psicólogo y terapeuta corporal–, de los miedos internos, la
manera en cómo se manifiestan, que son las antedichas historias de terror.
Importante sería añadir que las narrativas en donde estos monstruos son
derrotados, equivaldrían a la victoria, o no, sobre esos complejos que nos
atemorizan; así, las películas de terror tomarían un aspecto relevante, tanto
más allá de “disfrutar” de la trama y el estrés positivo, o adrenalina que nos
generan las persecuciones, escapes o aventuras presentes allí; en otras
palabras, el terror narrativo es, digamos, un reto en nuestra vida cotidiana, a
partir de vencer, primero, los miedos internos, eso nos dice Lowen. Para
completar el tema, quisiera
recordar sólo algunos de los muñecos, duendes malditos, o enanos, que
hablarían, narrativamente, de ello: Slappy, tanto en su versión escrita, por
R.L. Stine, como la del cine, en Escalofríos; El duende maldito
regresa, del director, Steven Kostanski; y Chucky, el muñeco diabólico, en
sus distintos filmes.
Ahora bien, más allá de los combinar teorías o enfoques, como podría notar el lector –he citado a Jung y después a Lowen, me parece interesante y provechoso, cuando sea posible, integrar los conocimientos, que, en este caso, nos ayuda más bien a construir un mapa de la mente, y sus dinámicas.
En ese sentido, un último apunte, sobre el enano, sería el distinguir a los muñecos pre edípicos, como los minions, enanos –como los de Blanca nieves (recuérdese que la princesa “duerme” con ellos y conserva su castidad), o los Oompa-Loompas de Charlie y la fábrica de chocolate, pues todos ellos representan, eso, simplemente, un estado anterior de la conciencia sexual y humana, esto es, son inocentes, niños, casi bebés andantes que aparecen, sobre todo, en la literatura infantil como representaciones de estados anteriores de conciencia, como se ha dicho y de desarrollo, en general; unos bellos personajes para decorar, amenizar y completar las narrativas fantásticas o infantiles. ¿La fuente de este último dato? Bettelhein, en su Psicoanálisis de los cuentos de hadas, habla de ello, de los pre edípicos, así como de otros cuentos infantiles, pero eso, diría Michael Ende, debe ser contado en otro momento.
Nota
post
Especial atención merecerían, también, los enanos trabajadores: los forjadores, herreros, representan, quizás, nuevas habilidades adquiridas, destrezas físicas o psíquicas que aprendemos durante nuestro andar en la vida; ejemplos sobran, pero uno, eterno, sería quizás, el hobbit, de J.R.R. Tolkien, o aquellos presentes en diferentes sagas, actuales, y antiguas, que encuentran, todas ellas, su base en el arquetípico El señor de los anillos.