martes, 14 de junio de 2022

Curso de creación de personajes

Bienvenido a este curso de creación de personajes, donde compartiré contigo un par de videos, así como una breve explicación de los mismos, a fin de que puedas llevarte este conocimiento; después de ver el material y leer la información al respecto, te invito a adquirir

recuerda que al material presentado aquí es gratuito y puedes complementarlo, si lo deseas con el curso pagado.

Mucha suerte y hasta la siguiente.

Recuerda seguirme en mis redes sociales si quieres seguir aprendiendo más sobre literatura y creación literaria.

Jorge


En este video hablaremos sobre tres características que se presentan en los personajes de la serie The Mandalorian; si bien se trata de una serie y no de un cuento o novela, recuerda que estas características puedes aplicarlas perfectamente a tus personajes narrativos.


En este segundo video hablaremos sobre Gmork el lobo, que es un personaje simbólico, esto quiere decir que además de su apariencia o aspecto físico nos habla de cualidades de la historia.


Por último, te presente el link para el curso pagado de Creación de personajes, donde aprenderás a diferenciar entre los personajes centrados en la historia o el desarrollo individual; asimismo te daré algunas estrategias para dotar a tus personajes con datos científicos ¡y artísticos! A partir de las necesidades de tus historias. Si quieres saber un poco más, te espero en el curso.

Aquí está el link

https://hotmart.com/es/marketplace/productos/creacion-de-personajes-2/M58897296U?sck=HOTMART_PRODUCT_PAGE


lunes, 11 de abril de 2022

Psicoterapia

Jorge Sánchez Jinéz

 

¿Eres artista? ¿Escribes, cantas, pintas, bailas y quieres iniciar o continuar con tu proceso psicológico?

Te ayudo con tu proceso personal, al tiempo que revisaremos cómo influye esta liberación en tu trabajo artístico.

 

Duración: 1 (una hora)

Horarios probables: lunes a viernes, de 11 a.m. a 4 p.m.; sábado de 11 a.m. a 2 p.m.

 

Para agendar una consulta realiza tu pago a la cuenta CLABE de Banco Azteca (México):

1274 2001 3704 8011 78

850 MXN (ochocientos cincuenta pesos mexicanos; 42 USD aprox.)

 

Si eres de fuera de México, a mi cuenta de PayPal:

https://paypal.me/jorgesanchezjinez?country.x=MX&locale.x=es_XC

con la referencia “Terapia” y tu nombre

Costo: 550 MXN (quinientos cincuenta pesos mexicanos; 31 USD aprox.)

*el costo difiere por comisiones de PayPal

 

Posteriormente puedes escribirme por correo o WhatsApp para agendar la consulta.

 jorge33_1@hotmail.com

722 1733311

 

Te veo pronto,

Jorge

 



 

viernes, 8 de abril de 2022

Asesorías individuales

Jorge Sánchez Jinéz

 

Cuento, novela breve, guion de comic

Temáticas: literatura fantástica, literatura infantil, ciencia ficción y narrativa en general.

Duración: 1 hora

Costo: $650 (para México)

$750 mxn fuera de México por PayPal

 

Dinámica

Trabajaremos con textos de hasta 2400 palabras (dos mil cuatrocientas), el cual leeremos y revisaremos/comentaremos durante la sesión.

Realizaré comentarios sobre la propuesta de fondo del texto, sugerencias, así como redacción en general, y alguna recomendación de lectura, que sirva como referencia para tu texto.

 

Para solicitar los datos de pasos puedes escribir al correo o WhatsApp:

jorge33_1@hotmail.com / 722 1733311

hasta pronto,

Jorge




 


sábado, 5 de marzo de 2022

 Histeria y prostitución en La Salpêtrière

Jorge Sánchez Jinéz

 

Si alguna vez, señora, vais al país glorioso, orilla del verde Loira o del Sena brumoso, bella, digna de ornar las antiguas mansiones, haríais germinar en rincones discretos los más apasionados y rendidos sonetos. convirtiendo en esclavos todos los corazones.

Charles Baudelaire, Las flores del mal

 

 

Imaginemos.

Nos encontramos en París, Francia, en el edificio de la Salpêtrière. Corre el siglo XIX. El país entero, en especial la capital, está llenándose de ancianos, mendigos, enfermos, ladrones y prostitutas. A todos ellos se les encuentra vagando cerca del palacio de las Tullerías, bordeado por el río Sena, caminando bajo El Arco del Triunfo, recorriendo trechos de los Campos Elíseos, escupiendo el aire de sus dolencias, achaques, inmundicias, pensamientos y, quién sabe, hasta los dejos de enfermedades venéreas. Caminan, vagan, se pierden en la ciudad que albergará, años más tarde, la obra arquitectónica, causante de una inexorable, crítica de algunos parisinos: la Torre Eiffel. No son casuales las fétidas descripciones de París realizadas por Patrick Süskind, tampoco que hayan vivido en ese tiempo el Marqués de Sade y Jean Baptiste Grenouille; el primero, autor de novelas que expresan una sexualidad grotesca; el segundo, protagonista de El perfume, una obra literaria encargada de explorar el mundo de los aromas.

Como respuesta para obtener un descenso numérico de esa población poco deseada, en 1656 Luis XIV, el rey sol, lanza el “edicto del encierro”; este indica que las antedichas personas sean resguardadas bajo un techo seguro, refiriéndose a ellos como miembros de Jesucristo. Un edificio de historia singular cumplió esa tarea de resguardo. Aquí su historia. Hasta el siglo XVI, la pólvora para las municiones del armamento francés era preparada en el barrio del Arsenal, al margen del Sena; allí ocurrieron diversas explosiones, motivo suficiente para mudar esas labores al otro lado del río, a las afueras de París. Al paso del tiempo este edificio será nombrado La Salpêtrière (el nombre cobra sentido por el material allí guardado: salpétrere que significa sal de piedra, con una mezcla de carbón y azufre), el cual cumplirá las funciones de asilo–hospital, y que en 1872 vivirá los embates de la Revolución Francesa, teniendo como consecuencia el desalojo y asesinato de algunas prostitutas y los alienados –enfermos mentales–, hecho conocido como El masacre de La Salpêtrière. De tales damas será presentada una peculiaridad psicológica: dilucidar el motivo por el cual sufrían histeria, y ofrecer las explicaciones que abogan por tal aseveración, distinguiéndolas –nótese– de los alienados y las mujeres puramente histéricas que allí vivían.

Esta mendicidad que a los ojos de la nobleza era imperdonable se prolonga hasta el siglo XIX. Para ese tiempo, la Salpêtrière ya no alberga prostitutas y le ha sido anexado el edificio de Louvre, de donde un ladrón argentino, en 1930, sustraerá la obra pictórica más afamada del planeta: la Gioconda, o Mona Lisa, cuyas facciones producen un misterio tan hondo como el que causó la histeria femenina en los médicos y especialistas que la explicaban, aún de forma incompleta, en la década de los ochenta.

Permanecemos en París. Es el 20 de octubre de 1885. Se presenta una serie de hechos fundamentales para la ciencia y el arte: Von Baer descubre el óvulo; Daguerre y Niepce captan imágenes mediante la invención de la fotografía; Wundt, influido por el espíritu positivista, crea el primer laboratorio de psicología; es publicado La guerra y la paz de Tolstoi; Mas allá del bien y del mal y Así hablaba Zaratustra de Nietzsche, pasaron por idéntico proceso; en México imponen el breve imperio de Maximiliano de Habsburgo, fusilado luego en Querétaro.

Nos encontramos en el mismo edificio, en La Salpêtrière. Faltan algunos minutos para las ocho de la mañana; por el Boulevard Le Petit camina un joven vienés de 26 años. Viste un traje negro y zapatos lustrosos del mismo tono, lleva la barba y el bigote arreglados. Su nombre es Sigmund Salomón Freud. Se detiene afuera del edificio, contempla la capilla dedicada a Sant Louis, que albergó plegarias religiosas y ahora hospeda alaridos provenientes de las gargantas histéricas y alienadas que allí viven. Un aire otoñal remueve las hojas de los árboles apostados en el camellón y le invita a entrar. Así lo hace. Pregunta por Jean Martin Charcot. No se encuentra disponible el maestro. Le atiende Pierre Marie, uno de sus discípulos, que, como muchos otros, renegará de sus enseñanzas. Pierre le pide que espere, le ofrece asiento. El tiempo pasa. Sigmund se rasca la mandíbula, a donde años más tarde se le desarrollará un cáncer cuyo dolor controlará consumiendo cocaína; la espera continúa. El joven piensa dónde estará Charcot; quizás piensa sobre sus estudios de los centros funcionales encefálicos, quizás realiza un bosquejo sobre la histeria masculina que publicará tiempo después en sus Lecciones –traducidas en lo ulterior por el joven que ahora espera–; quizás piensa en la neurología, ciencia de reciente formación; quizás camina por los pabellones de La Salpêtrière, conversando con un colega sobre los aparatos de oftalmología que se tienen en el lugar; quizás le piden opinión sobre un electrodiagnóstico; no lo sabemos. Pero con toda seguridad, el maestro Charcot no pierde el tiempo; jamás lo hizo, duerme por menos de seis horas y domina el inglés, alemán, italiano, español… (¿en qué idioma reflexionará sobre la histeria?).

Freud conjetura sobre la tardanza del maestro. Ya son las diez de la mañana. La persona esperada por fin, lo recibe. Sus alumnos lo calificaron como tiránico y necio en la enseñanza, pero imponente y harto conocedor de la ciencia. Frente a él, aparecen sus facciones dulces, los pómulos salidos, el cabello lacio, medio desordenado y falto en alguna zona de la cabeza. Se saludan, se dan la mano. Charcot lo invita a darse prisa. El teatro de las histéricas comenzará en unos momentos. Como todos los martes, en el auditorio de La Salpêtrière, se reúnen médicos y extranjeros impacientes de presenciar el espectáculo.

Charcot se encuentra al frente. Babinsky, otro de sus alumnos, sostiene a Blanche Wittman por debajo de las axilas. Babinsky será durante toda su vida un solterón empedernido. Blanche, conocida como La Reine des Hystéryques, la reina de las histéricas, es alta, de carnes abundantes, piel blanca, su mirada lanza un brillo especial. Es el caso paradigmático de la histeria de aquellos tiempos: presenta obstrucciones en la garganta, lanza gritos, pierde la consciencia, le ataca una rigidez muscular, tal vez suceda una mordedura de lengua, se contorsiona de forma exagerada, y luego de ello el ataque culmina con una risa o un llanto igualmente dramatizado.

Charcot explica a los presentes –entre ellos a Sigmund Freud– el artilugio de intervención. Mientras la histérica –se pensaba que sólo las mujeres la padecían– vive la crisis, él actuará ayudado por el hipnotismo, el método de curación empleado en esta época. Enfrascada en un trance, ella obedece las órdenes del maestro. Los rostros estupefactos abundan. “Levanta la mano”, dice él, y el milagro científico ocurre: la mujer levanta la mano como un títere. Los síntomas aparecen y desaparecen a voluntad del hipnotizador. Así dirige la enfermedad “El emperador de La Salpêtrière”; si una enferma, por ejemplo, presenta ante los síntomas la inmovilidad de una pierna, él pide a la mujer que se levante, y así sucede, se levanta, camina; entonces la hace tomar asiento y luego pasa la inmovilidad a la otra pierna. Al final de la sesión, sin embargo, los síntomas siguen presentes. La curación total no llega. Después de todo, el estudio de esta enfermedad considerada perteneciente al campo de la medicina –una cuestión del sistema nervioso– ha nacido apenas hace unos años.

Los griegos pensaban en el útero como causante de todo; si una mujer carecía de un cuerpo que le brindase calor y relaciones coitales, este órgano se resecaba y su afán por obtener la temperatura adecuada era capaz de subir a la garganta o llegar al corazón, produciendo ansiedad, sensación de opresión, vómito o dificultades respiratorias. Menos contundentes resultan los títulos de posesas, brujas e hijas del demonio, recibidos por estas mujeres en el oscurantismo, así como las condenaciones a la hoguera[1]. Las técnicas para el enfrentamiento ante este fenómeno, además de la hipnosis, fueron de tintes variopintos. En algún tiempo por innovar en la cura, el médico Victor–Jean–Marie Burq inventó la metaloscopía: esta disciplina, infecunda salvo por sus inicios, intentaba demostrar la incompatibilidad de este, haciendo de la selección realizada un medio de sanación ante los padecimientos. El metal en cuestión se empleaba de manera interna o externa, en el cuerpo; si bien esta técnica atrajo la atención de Charcot también ganaría su rechazo.

Otros médicos coetáneos realizaron ciertas observaciones: Charles Lepois abogó por la situación compartida de síntomas histéricos entre hombres y mujeres; describió también un cuadro típico: anestesias, afonía, temblores, cefalea, parálisis. Paul Briquet reafirmó la presencia de la histeria en hombres. Mortis Benedikt relacionó el fenómeno con vivencias precoces de orden sexual, y también colocó en duda la hipnosis.

Así, pues, si bien ya existían algunos estudios al respecto, esta enfermedad se perfilaba como algo de importancia vital para su incipiente estudio científico. Ahora Charcot llevaba la batuta, era el dueño del paradigma actual. Un paradigma es una idea que explica un hecho y que, según Thomas S. Kuhn, se diluye ante la presencia de una con postulados más contundentes.

Los asistentes del pabellón toman notas. El asombro no disminuye, el joven Sigmund Freud ha quedado estupefacto. Al terminar esta exploración in vivo, le escribirá a Marta, su mujer, sobre lo sorprendente del tiempo vivido en París como becario y aprendiz de Charcot. Dentro de poco tiempo regresará a su natal Viena –a donde la historia die que, debido a la invasión turca, los originarios de este sitio adquirieron el hábito de tomar café así como sus cuarenta formas de prepararlo. Probablemente desde ese momento, Freud ya realizaba bosquejos que años más tarde consagrarán la doctrina psicoanalítica. Esta disciplina se granjeará seguidores como Carl Gustav Jung y Otto Rank, quienes asistirán a las celebradas reuniones de los miércoles –en las que quizás se ofrezcan pizcas de cocaína y un buen café–; el primero de estos hombres será el príncipe de la corona psicoanalítica e hijo pródigo que nunca volvió la mano al padre profesional que lo alimentó con sus teorías, obsesiones, repeticiones, reelaboraciones; el segundo, analizará algunos mitos bajo la lupa del psicoanálisis, que ahora nos lleva a comprender las motivaciones inconscientes que poseen los pueblos para aceptar y cultivar historias como las de Jesús, Hércules, Moisés, Edipo, todos ellos héroes bienhechores, profetas, pero quién sabrá si falsos personajes o exagerados y cargados de fantasías en sus rasgos y sus vidas. El psicoanálisis también sabrá esclarecer la mencionada enfermedad; este enfoque ahora nos dice que aquellos médicos que relacionaron su origen con eventos sexuales no estaban tan alejados de la razón. Freud ahora no lo sabe, faltan algunos años, pero cuando sus Estudios sobre la histeria queden completos, sabrá que, en efecto, este padecimiento, está originado por desórdenes sexuales, vividos por las personas en la infancia. Así lo refieren también sus pacientes. Así lo cuenta la famosa Ana O., atendida por Breuer –quien se arrepentirá de su colaboración con el joven Sigmund y no trabajará a su lado por otorgar el tiempo a su mujer–, así lo refiere también Emmy Von N., futura paciente de Freud, quien ahora presenta el espectáculo teatral de La Salpêtrière.

Pero Charcot no sabe, no imagina, las teorías que surgirán tras su muerte. No sabe, él que estudió el temblor senil y las lesiones pulmonares, y que murió de un edema pulmonar, no sabe cuáles son las causas de la histeria. Desconoce que las prostitutas que este edificio albergó sufrían de histeria porque la histeria se ocasiona principalmente por un trauma psíquico generado a partir de las vivencias repudiables para las personas, y en especial en las mujeres, aunque él mismo confirmase la presencia de la histeria en los varones. Pobre Charcot, desafortunado médico, erudito, padre autoritario: obligar a estudiar medicina a su hijo no fue una decisión certera; a su muerte, éste dejó del lado la ciencia y se dedicó a una vida como marino. A la muerte el maestro, todos, salvo un estudiante, rechazaron sus teorías, ya cuestionadas por el mismo Charcot antes de dejar este mundo de alienados, locos, prostitutas que necesariamente son histéricas y de histéricas que no son prostitutas. Blanche Wittman da muestra de esto último: al salir de La Salpêtrière laboró en un estudio de fotografía y trabajó para Marie Curie, que cuando se encontraba en medio de un escándalo por mantener una relación con un ex alumno de su marido, cuando en ese momento la prensa le gritaba robamaridos, ganó el segundo Nobel de su vida, el de Química, gusto compartido por Blanche, una mujer con diferentes amputaciones en los brazos, el conocido “cáncer de los radiólogos”, una mujer muy diferente a la anterior, hecho avalado por Pierre Marie. Esta mujer sufría aún más con las miradas de los espectadores.

Seguramente es así, por ese motivo sus alaridos resuenan en el auditorio de La Salpêtrière. Las miradas atentísimas aumentan la ansiedad ocasionada por un trauma de posible destierro con ayuda del psicoanálisis. Pero oh, eso es imposible, porque en este momento Sigmund Freud, creador de dicha teoría, se encuentra como becario, espectador y aprendiz de Charcot. Para atender la histeria, Freud y el psicoanálisis deberán pasar todavía sobre otros paradigmas, la hipnosis el primero de ellos.

 

Bibliografía

Cosentino, Carlos. “La Salpêtrière. Revista Peruana de Neurología. Vol. 4 N° 1-3 1998. 20 de junio de 2009.

https://sisbib.unmsm.edu.pe/bvrevistas/neurologia/v04_n1-3/la_salpetriere.htm

Freud, Sigmund. Estudios sobre la histeria. Buenos Aires. Amorrortu, 2007.

Pérez-Rincón, Héctor. El teatro de las histéricas. México: FCE, 2ª edición, 1995.

Pons, Anaclet. “La biografía de Blanche y Marie”. Clionauta: blog de historia. 15 de diciembre de 2006, 20 de junio de 2009.

https://clionauta.wordpress.com/2006/12/15/la–biografia–de–blanche–y–marie/

 


[1] La voz narrativa del presente texto se refiere a los hombres y mujeres de La Salpêtrière como histéricas y alienados. La revisión que doy ahora, años después, me lleva a considerar que de haber escrito hoy Histeria y prostitución… el enfoque tendría un tono distinto en cuanto a dichas nominaciones. Me parece que designar a los individuos con palabras es un tema amplio y en discusión, puesto que así como hay quien no está enfermo –alienado–, hay quien decide tomar o enmascararse con esos títulos. Para fines prácticos, y como muestra de una voz que intenta recrear el siglo XIX, decidí dejar las nominaciones originales, las cuales muestran mi visión personal del mundo y la bibliografía que consulté en aquel momento. 




viernes, 18 de febrero de 2022

Enamorados
Asesorías para Cuento

 

Dirigido a:

Jóvenes y adultos que deseen escribir literatura romántica (cuento)

 

Duración: Una hora y media (90 minutos).

Objetivo: Comentar modificaciones en función de las características de tu cuento.



¿Cómo se configura un cuento a partir de los enamorados? Esa es una de las preguntas que responderemos dentro de la asesoría. 


 

Para inscribirte, realiza un depósito por 1000 MXN (mil pesos), a la cuenta CLABE

1274 2001 3704 8011 78

de Banco Azteca


Si eres de fuera de México puedes pagar 1000 MXN (mil pesos), a través de PayPal, en este enlace:

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*no hay devoluciones, por gastos administrativos

*En caso de requerir un cambio de fecha, favor de avisar con 24 horas de antelación. Después de este no se realizarán más cambios, y se tomará como una cancelación.  

 

Posteriormente, envía captura de pantalla de tu pago al correo:

jorgeliteraturas@gmail.com

donde confirmaremos tu inscripción con el enlace de Skype, para ingresar a la sesión.

 

¡Espero verte pronto, lee, y escribe!

Jorge

 

viernes, 7 de enero de 2022

Aztecas en el hielo ©

Jorge Sánchez Jinéz


*primeras páginas

#cienciaficciónmexicana #cienciaficción #fantasía #aztecas

Aquella fue la primera tarde en que comenzó a caer nieve sobre las pirámides del Sol y de la Luna, en Teotihuacán; en realidad la nieve comenzó a caer en estas dos construcciones por motivos de altura, tamaño y ubicación, en la región de los dioses, a quienes pocos les preocupó, pues en aquellos días andaban solucionando problemas relacionados con un universo paralelo, una dimensión alterna, nunca nadie supo en realidad el motivo de su ausencia, pero ante tales hechos, los aztecas de este universo se encontraban a expensas de lo que pudieran hacer ellos mismos, ateniéndose ante sus propios conocimientos y recursos, tanto personales como científicos, tecnológicos, que, para ser sinceros, no eran tan pocos, pero, aparentemente, o en ese momento, no eran los suficientes para saber de dónde provenía la nieve, que ya comenzaba a caer sobre el resto de las construcciones en la zona sagrada, en la ciudad de los dioses (quienes, como hemos dicho, paradójicamente, se encontraban ausentes en ese momento). Así pues, el monarca Moctezuma salió del Templo de Quetzalcóatl. En el centro de aquella zona, dirigió la mirada hacia sendas construcciones, solsticia y lunar, y mandando llamar al comandante de su ejército le dijo, con una mano en la cintura: Por favor, ordene la búsqueda inmediata de esa sustancia (era claro que, en ese momento, poco se conocía sobre la nieve, y más bien se le tenía por un mito, y no tanto como una realidad, situación por la cual, como es natural, mandó a investigar a su soldado principal, temiendo pero aún más percibiendo, alguna situación peligrosa). Desde luego el soldado fue a encaminarse a dichas pirámides, acompañado de un grupo pequeño de soldados, unos cuatro o cinco, como ordenaba el protocolo de los guerreros jaguar, y se dirigió a las pirámides, andando por la Calzada de los muertos, con pasos seguros, pero apenas notar un halo de indecisión o incertidumbre, se devolvió para emprender el camino con una máquina especializada en terreno extraño o descompuesto, el Cuatochin, la máquina de acero saltadora. Macehual lo abordó y, desplazándose hacia la pirámide del Sol, llegó frente a ella, frente al primer escalón, donde descendió con paso ligero, levantó la vista, encontrándose con las escaleras de la construcción, como una columna vertebral, y de ahí saltó la mirada al cielo, de donde seguía cayendo aquella sustancia blanca; extendió la mano, para captar un copo ligero, y tras sostenerlo un momento lo dejó al caer al suelo, que continuaba llenándose de nieve; no encontró una respuesta inmediata, pues nada extraño había en el cielo, alrededor suyo, ni tampoco una ventisca que trajera la nieve de algún otro lugar, no, la nieve caía del cielo, como cae la lluvia en días nublados, así que echó a andar camino atrás, y pronto se encontró en el Templo de Quetzalcóatl, junto al tlatoani, Moctezuma.

–No conocemos mucho al respecto –dijo Macehual.

–¿A qué te refieres? –preguntó el emperador.

–Sabemos lo que es –confirmó el soldado–, pero nada sabemos de su procedencia.

–Dime más –pidió Moctezuma.

–Es nieve –indicó el soldado–, como la que hay en los volcanes nevados, cuando el frío es mucho, ya sabe, una especie de agua helada, y viscosa, como semen de guerrero, pero en frío, y de eso yo no sabría decirle más, porque, precisamente, la nieve no es mi especialidad, pero podría decirle que, según veo, se trata de un mal presagio, pues lo que es ajeno a nuestro territorio, o a cualquier territorio, siempre anuncia un cambio, una tormenta, o una desgracia –continuó Macehual–, así que, por otro lado, yo sólo le pediría que fuésemos cuidadosos, certeros en cómo tratamos con ese instrumento, extraño de la naturaleza; nunca se sabe qué pueda traer algo desconocido como la nieve, señor –Macehual comenzaba a sudar–, quizás podría traer desgracias, augurios, o tristezas, eso nunca lo sabemos, pero por eso, precisamente, debemos tener cuidado, la sorpresa es la madre de todas las desgracias, pues, aun sabiendo que la alegría se acerca, es necesario cuidarnos de la nieve, la nieve blanca, como un llanto, un niño muerto o una mujer; quiero decirle, en otras palabras, que si bien la nieve puede ser un presagio de buenos deseos y su conclusión, también, es cierto, puede traer malos augurios, como ya le digo, mi señor, eso pienso, y así, pues, la nieve, se me figura como un arma de doble filo, o como un puño y una caricia, un arma colocada en la misma mano, mano que bien puede servir para abofetear, bien para acariciar, contener y abrazar a un niño, una mujer o un animal. Diré, entonces, la nieve es una sustancia blanca, luz cegadora, y luz resplandeciente, una luz de dos caras, como una espada macuahuitl, y su brillo tanto para defender como para atacar puede traer presagios buenos, y presagios malos –concluyó Macehual.

–Dejaremos el tema de los presagios para el chamán –replicó Moctezuma.

 

En tanto, los edificios, los campos, y las flores se llenaron de blanco, cual flores de cempasúchil soñadas por un dios azteca, llenando el campo aquí y allá; la nieve sepultó, en buena medida, la ciudad sagrada de los dioses. De tal modo, los científicos, para nada atrasados, sino bastante avezados y trabajando en conjunto con los topos mecatrónicos (científicos dedicados a la reinvención de artefactos utilísimos y novedosos en Teotihuacán), mejoraron –tras largos, pero veloces pasos, pruebas y modelos– la invención del jaguar flotante, una motocicleta manipulable a base de un sistema anti gravitación, la cual les permitía a los aztecas desplazarse por encima de la nieve; así, en los primeros días se vio navegar o avanzar sobre el piso, blanquecino como un sueño, a los militares, artesanos, sacerdotes y al propio Moctezuma, en esas máquinas ligeramente voladoras para transportarse de un lugar a otro; el tiempo pasó, casi sin percibirlo, como un colibrí posando, ligeramente, encima de una flor, libando su sabor; el tiempo se convirtió, pues, en una colibrí de alas ligeras, en un ave de plumas multicolores, cual arcoíris; el tiempo se convirtió en un tigre salteando el bosque, merodeando, en busca de su presa, siempre atento a los posibles movimientos del venado, para capturarlo en un momento justo; mas el tigre siempre necesita, para ello, una señal ligera, sutil, en muchos casos es –combinación excelsa– el vuelo ligero de ave mencionada, la ligera palma de la mano voladora, el colibrí, el santuario de la dulzura en el aire, de modo que así se combinan el cielo y la tierra, en un solo espacio, para dar lugar a la caza de la presa, al alimento del tigre, como si de este modo, se vieran las estrellas en la noche, ese es el encuentro de ambos, del volador y el terrestre, y así, entre esas dos imágenes, la del colibrí ligero, y la del tigre ágil, el tiempo va pasando, casi desapercibido.

 

–¿Quiere que mande llamar al chamán? –preguntó Macehual.

–Yo te pediré cuándo lo hagas –replicó Moctezuma.

–Eso no parece prudente, señor –se encontraban en el Palacio de Quetzalcóatl.

–¿Por qué lo dices? –preguntó Moctezuma.

–La nieve es un elemento nuevo, y tal vez el chamán, un hombre viejo, y sabio nos podría decir algo sobre ella –apuntó Macehual–, de dónde viene, a dónde va, cuál es el propósito de su llegada aquí, siempre es bueno tener la mirada de un sabio sobre un evento desconocido, aún más sabiendo que la nieve, proveniente de los volcanes, pero aquí no es un volcán, ha llegado hasta nuestro territorio, la nieve podría estar emparentada con la guerra, la sequía, o el fuego, nunca lo sabemos –continuó el soldado, acomodándose la faldilla de piel de venado, moviéndose como una hojarasca en el viento del campo exterior, cual si el aire sacudiera, como caricia, la ropa de Macehual, quien, allí, insistente en buscar al chamán –hombre de sabiduría–, buscaba iniciar la guerra, su impulso combatiente lo incitaba a ello, nada más; Macehual era un hombre hecho para la guerra, sus brazos fuertes, el torso fornido, la lengua montaraz, el cerebro lento pero seguro lo delataban como un soldado; al poco de tiempo de ingresar en el calmécac (todavía en Tenochtitlan), se convirtió en un soldado esencial de la orden de caballeros jaguar (Macehual lo era por decisión, destino y valentía); de tal modo la insistencia en buscar al chamán era el pretexto perfecto para buscar al responsable del cambio en el clima, del nuevo fuego blanco, del arroyo de hielo en los suelos y cielos de Teotihuacán, de la nieve cayendo por doquier, algo así como decir, ya vez, emperador, tenía razón en buscar al viejo, quien les ha advertido de iniciar los ataques cuanto antes; en todo ello pensaba –con los puños bien apretados–, cuando una voz, imperial, desde luego, lo sacó del trance de combate, el eterno cielo de los soldados, era la voz de Moctezuma, quien con una mirada lenta, pero persuasiva parecía anunciar lo que diría desde entonces y para entonces en caso de evitar cualquier imprudencia, cualquier paso falso; el emperador era un hombre de precauciones, de templanza y sabiduría (si bien no al grado ni en la forma de un chamán, y por ello la insistencia de Macehual, pues en aquel encontraría lo que en Moctezuma jamás o muy pocas veces); los puños del guerrero seguían crispados, buscando la revancha no iniciada de una guerra no comenzada, pero seguro, eso sí, siempre en busca del enfrentamiento, pues de una cosa estaba seguro, él, que era un guerrero, cuando el caballero águila o el caballero jaguar decían o intuían el olor a sangre, nunca o muy pocas veces se equivocaban, y esa, no era una ocasión fallida, la guerra, parecía lo más seguro posible, aun cuando los indicios formales no aparecían en el futuro, y próximo, campo de batalla.

–Yo te pediré cuando llames al brujo –sentenció el emperador.

 

El anciano, ciego de nacimiento, no percibía la totalidad de los colores, sino una sombra de aquellos, como un atardecer volando bajo como un pájaro, diría o parafrasearía a un poeta olvidado, extendiendo sus alas, a lo largo y ancho del cielo, provocando una ligera sensación de calidez (no obstante la natural temperatura baja de la sustancia blanca), con lo cual, aquel hombre añoso, comenzó a advertir la llegada de un fenómeno inédito en la ciudad de los dioses, diciendo: para mí, se trata de la visita de los extraterrestres, y aun cuando lo dijo con cierta ironía, o con seriedad, o con una combinación de ambos, nadie, naturalmente, podríamos decir, lo tomó en serio, pues aquellos –no lo de la nieve, sino el tema de los visitantes de otro planeta–, era un hecho improbable, muy improbable dentro de aquella pequeña ciudad de Teotihuacán, pequeña metrópolis, inscrita en un mundo aún más grande; así, algunos se rieron del anciano, otros escucharon con cautela, pues bien dicen los códices aztecas: escuchen con sabiduría la palabra de los ancianos, aun de aquellos a quienes la demencia ha ocupado la mente y espíritu… En fin, esa fue una parte de la historia respecto al anciano, quien, viendo uno de los primeros copos de nieve, definió el hecho, en su lenguaje interior, como una flor abierta en pleno cielo, el vuelo de un pájaro blanco, un colibrí recién nacido de los labios de la Coatlicue, y así, pasando revista a estas palabras, talló en un maguey congelado las palabras, con un cincel, que daba la bienvenida en uno de los caminos de llegada a la ciudad de Teotihuacán.

 

A nadie le gustan los pastizales porque son el corriente, el común de los mortales en el reino vegetal, pero han de saber, oh, gran Coatlicue, cómo esos hijos tuyos nos alumbran a los chamanes, y nos proveen de un refugio seguro para cazar nuestras presas, tanto a los buenos chamanes, los blancos, como a los malos, los oscuros; hoy no me detendrá en encaminar a los aztecas en el conocimiento de los chamanes, o brujos, quienes realizamos ensalmos, sortilegios y trucos para venir y devenir en este mundo terrenal, pues mi tarea nos es develar los misterios de la magia, sino alabar las creaciones de la madre tierra, y entre ellas, las de tu creación, amada Coatlicue, hija de los grandes dioses, señora del inframundo, princesa de la vegetación, en cualquiera de sus formas; no hay santidad en la tierra sin tu nombre, tu permiso, no tus recomendaciones de reverdecer el planeta, cosas que tú haces a la perfección, sembrando, en lo árido o en lo verde, los pastizales de los cuales gozamos, no sólo chamanes, escondidos para acechar a la presa, sino también los mortales, comunes, ya sea tendiéndose allí, encima, como una hamaca o petate de firmes cimientos, o para enjaezar a las aves, y de allí, mirando al cielo, despegue su vuelo, del cual gozamos todos, hasta los soldados, sacerdotes y el mismo huey Tlatoani; por eso es importante aclarar: sin pastizales, no hay vuelo de los pájaros, sin cimientos no hay pirámides, ni suburbios ni nada se alzaría sobre sí mismo si no fuera por ello, y el pastizal, teniendo como pilar la tierra, es el sostén de la belleza, de flores, árboles, y es la piel peluda de los animales, así los contemplamos todos, incluida, quizás tú misma, señora de la tierra, y a eso debemos los rezos de agradecimiento, los sacrificios de antaño, cuando éramos salvajes, y la tecnología que nos procura la comida, la ropa y las inteligencias de las cuales gozamos, todos, en estos tiempos; salvo, oh, madre Coatlicue, gracias a ti, entre otras cosas, gozamos de los pastizales.

 

–¿Está claro? –preguntó Moctezuma.

–Clarísimo –se ciñó Macehual a las órdenes del tlatoani.

–Excelente –remató Moctezuma, mientras la faldilla de cuero y algodón se movía ligeramente en el frío venidero de la nevada.

 

Los pastizales, bien lindos, dijo una princesa, una muchacha dedicada a la venta de jarrones, en el mercado de Teotihuacán, en el centro de la Calzada de los muertos, donde se reúne los alfareros, pescadores, y obreros, de la gran ciudad, a comercializar sus productos, a la venta, e intercambio de materiales, para comer, vestir, o cazar, la caza se les da bien a los aztecas; y allí entre el gentío, flores silvestres, y cascaritas y huesos de tejocote, y capulín.

 

En el mercado el ruido es cántico de zenzontle, como de puma enamorado, o armadillo en persecución o escape; el mercado es la fuente de vida de la ciudad; es el pulmón, hígado y corazón de la ciudad, es el respiradero de la tristeza y la melancolía, el remedio sustentable de todo mal, pues el trabajo es el mal convertido en bien, y allí en el mercado sucede todo eso, alquimia azteca, bajo las manos de sus trabajadores

Allí, entre mercaderes, la princesa lejana y joven ha dicho, en silencio, con murmullos, un rugido y un silencio a la vez:

–Nieve –levanta la mano, estirándola como pidiendo limosna sagrada, y abriendo los ojos cual dos petates redondos, dice–: Encendamos las hogueras para conserva el calor, al parecer la nieve comienza a caer en el mercado, y así el fuego sagrado del dios robot Huehuetéotl nos protegerá a nosotros y a nuestras viandas, pieles y cerámicas.

 

En medio del pastizal hay una fuente, una escultura de jade, que alguien dejó caer, por descuido, en el campo, es una pequeña estrella diurna, con los rayos del sol refleja su luz verde, es una piedra sonriente.

 

El fuego sagrado comienza a llamear en los puestos, colocados aquí y allá, en la Calzada de los muertos, donde Huehuetéotl, uno de los pocos dioses robot que permanecieron en Teotihuacán, andaba por allí rondando, y al recibir la petición de los ciudadanos, brindó el fuego necesario para mantener el calor.

 

Huehuetéotl, armazón de acero, cazador de guamúchiles, el principal sonido, sanador y festivo de tu lengua, palabra de fuego; sonido incendiado, eso es tu presencia, señor de las llamas rojas; aroma de victoria sobre el frío y lo crudo, ese es tu nombre, Huehuetéotl, y representa, y es, todo lo cálido.

 

Huehuetéotl, el dios sentado, la cabeza redonda, como un sol molido en sí mismo, un molcajete de ardor, fijo, como piedra o tierra, o cielo lloviendo, pero en rojo; Huehuetéotl; dios viejo, y de viejo fuego, y fuego nuevo, lo novedoso y lo antiguo en ti convergen, por eso la nieve y el fuego se encuentran hoy ante ti, ante nosotros, y ante ello tu presencia, salvadora, es calorificante, y bendecida, como cada una de nuestras plegarias que dedicamos, nosotros los aztecas, a los dioses robot.

 

Huehuetéotl, de tus entrañas robóticas el fuego enciende.

–¿Es cierto que Huehuetéotl se quedó para protegernos?

–Lo hizo –responde una mujer.

 

Pingüica, agua fresca, con las nieves del cielo, los campesinos han puesto a enfriar su mezcla de pingüica y azúcar de caña, qué delicia; aún entre el fuego abrazador de Huehuetéotl, se mantiene fresca, una combinación extraña: como un abrazo en el gélido invierno, un beso en la tristeza, o una caricia en el dolor: pingüica en la nieve, entre fuego y hielo, refresca la boca, la lengua, la sangre.

 

La pirámide del Sol

Relámpago envuelto en sí mismo, caracol o armadillo de patas sueltas, como si les hicieran cosquillas, así son las escaleras de este templo; y así entre dando pasos en la oscuridad, en el día –sin moverse de su lugar, como un planeta estático–, la pirámide del Sol, se embalsama a sí misma, como un muerto que teje su propia mortaja, de palma, de hojas secas, y lodo.

 

Pirámides

Nave espacial petrificada, se dice, cuentan las leyendas. Los dioses robot, venidos de otro universo meta prehispánico, aterrizaron de emergencia en esta ciudad sagrada (antes de ser ciudad), construyeron estos edificios de piedra combinando el metal de sus naves, o adaptando el metal de ellas a los pastizales, las flores, y huesos de animales muertos hasta lograr –junto con la tierra y lodo sagrado– una mezcla con la cual pegaban las piezas de cada pirámide, de cada escalón, de cada rincón, recodo y repunta del edificio, hasta volverlo sagrado, pues sagrada era la misión a la cual iban, y no llegaron, pero al fallar, decidieron convertir la falla en triunfo, y así, entre construcciones, que atraviesan la inteligencia, la vencen con su asombrosa perfección, construyeron esta ciudad sagrada, ciudad de huesos, y naves espaciales fosilizadas en la mezcla que une los ladrillos que la componen, naves espaciales aterrizadas, eso son las pirámides de aquí, al menos las tres principales, el Sol, la Luna, y el templo de Quetzalcóatl.

 

–Vete preparando –le dijo el tlatoani al soldado.

–Excelente, señor.

–Pero poco a poco.

–¿Preparo los escudos?

–Y las espadas –mencionó Moctezuma.

 

Las tres naves espaciales, en las cuales viajaban, se estrellaron y a partir de ellas, construyeron la ciudad, reza un antiguo adagio que cantamos quienes sabemos –por medio de sueños– qué y cómo sucedió la formación de esta ciudad.

 

Pirámide del Sol

Coronada de nieve, volcán reducido, el primo lejano del Popocatépetl, o el abuelo encorvado o el nieto recién entrado en la niñez, o la amante desnuda acurrucándose después retozar en el lecho, un sinfín de amigos, enemigos, amistades, trabajadores, reyes, sacerdotes o magos son las figuras representadas por la pirámide del Sol, y aún más, con nieve en su escalones, paredes y recovecos, parece una lágrima blanca, nacida de la mismísima Coatlicue, como si fuera ella, y no el mismo sol, quien decidió parir este edificio, consagrado al renacimiento, la muerte, y al eterno ciclo de la vida, ahora mismo congelado, y hermoso, para extranjeros, habitantes, y para el mismo paisaje: un guiño blanco y frío en el inmenso territorio, del bello Teotihuacán.

 

Templo de Quetzalcóatl

La tercera de las naves golpeó con fuerza el suelo, entre pastizales; conducía y transportaba a los guerreros de la orden de los dioses robot, quienes, saltando un poco antes de estrellarse contra el suelo, salvaron la pelleja metálica. Entre los restos, escondidos, del accidente, se lee en una tabla metálica:

Serpiente de rayas, líneas, y puntos, tu geometría es esencia y pulpa de fruta, la fruta del universo; en ti corren lagos y lagunas, ríos estancados, mares de agua dulce, pues eres el dueño del mundo, en el agua, por el agua y en el agua; tu nombre, Serpiente emplumada es la señal esperada en otros universos, pero en este no es más que la vida, de tu fertilidad, como semen de hombre fertilizando a la hembra, así naces, y mueres en la lluvia, símbolo eterno de tu existencia, robótica, y eternamente mecánica, digital en tus entrañas; biológica y perfecta en tus manos, allí a donde nos ponemos los aztecas para alabarte y hacerte rituales en la consagración, bendita semilla, de la eterna lluvia que viene y se va para dejar nuestros campos repletos de ti, agua mecánica de nuestra ciudad.

 

Pirámide de la Luna

La segunda de las naves en salir del planeta de los aztecas de acero, y también, la segunda en estrellarse contra el suelo sagrado de Teotihuacán; al chocar contra la tierra provocó un hondo hundimiento en la tierra, el cual fue el inicio de la construcción del túnel que recorre, por debajo de varios metros el subsuelo de esta ciudad y la conecta; en náhuatl, tu nombre se dice Metztli itzagual.

 

El guerrero águila, cuya casco imita un pico de aquel ave, miró de manera abrupta el primer copo de nieve caer sobre la pirámide del Sol, cuyos escalones simulaban una columna vertebral humana, y abriendo la boca con sorpresa, se acomodó el caso en la cabeza, moviendo un tanto los sectores metálicos de éste, y dijo con unas célebres palabras: un enemigo, es necesario identificarlo de inmediato, es mi deber informar al emperador Moctezuma de la llegada de este insospechado y desconocido enemigo, si acaso hay peligro es necesario actuar de inmediato, tomar las medidas militares pertinentes, actuar ahora mismo, y evitar cualquier guerra, cualquier conflicto, ya sea interno o externo en esta bella ciudad, y así, si es el caso, derrotarlo, encarcelarlo y dejarlo en la prisión subterránea de nuestras tierras, así que le avisaré de inmediato. Y así, esto fue lo que dijo el parlanchín, en tanto ya se encaminaba al Palacio de Quetzalcóatl, pero resultó, ya llegando hacia las puertas de éste, que el propio emperador –viendo el mismo copo, pero desde una posición distinta–, lo había mandado llamar, precisamente a él para averiguar al respecto. De tal modo, cuando llegó a las puertas del palacio, Moctezuma recién había dado el llamado, por lo cual ambos se encontraron en la entrada, allí dialogaron.

 

Los copos de nieve caían, entre las pirámides, y los templos pequeños, como anuncios de guerra y de paz a un tiempo, una sigue a la otra, y nada se puede hacer cuando se encuentran, como el encuentro entre dos razas, aquí en la ciudad de los dioses.

 

Pirámide del Sol

Tu nombre, en náhuatl, es Tonatiuh itzacual, representa el halo azul del cielo, sobre el cual surges una y mil veces en el año, en ti se yerguen las esperanzas, cada día.

 

–Trabajarás de la mano de Macehual –mencionó Moctezuma.

–Entendido, señor –dijo el jaguar.

–Hemos acordado ya una estrategia –mencionó el emperador.

 

El brujo vidente, Chac percibió con su visión interna el encuentro de Moctezuma, del soldado águila, de Macehual, y de sí mismo viendo, los tres a un tiempo, la caída del primer copo de nieve; vio también la breve reunión y la determinación de la estrategia posterior, pues, ya se adivinaba la llegada de algún enemigo; el brujo adivinaría la juntura de los cuatro, más un quinto elemento –el copo de nieve–, el cual era signo inequívoco de la época del Quinto Sol, época de los aztecas de este universo, y en el cual los avances tecnológicos (a diferencia del universo original azteca, y de otros universos nacidos a partir de él), se encontraban en bastante avanzada, suficiente para revolucionar el cultivo del maíz, la caza de animales, y el desarrollo de la tecnología, aplicada al pueblo entero de Teotihuacán.

 

–Macehual –dijo Moctezuma.

–¿Qué pasa, señor?

–Manda llamar al chamán.

–¿Ahora?

–Si. Quiero verlo para conocer su visión sobre la nieve.

–Cuanto antes, señor.

 

La nieve cayendo como una flor, como un pájaro del sol, un colibrí bañado en pulque.

Un anciano poeta recitaba en las noches, bajo su techo de palma, entre las paredes de adobe, resguardadas por el ciborg, perrito chihuahua.

–Pronto acabará la helada –decía para sí mismo, mientras continuaba la escritura de sus versos, teniendo en mente aquel, cuyo nacimiento se debió al encuentro con el primer copo de nieve caído en la ciudad de los dioses, cuya ausencia no hacía sino aumentar el dolor de los pies fríos al salir a sembrar el maíz, a cazar tlacuaches, o al recorrer el cerro Gordo,

 

El chamán entró al Templo de Quetzalcóatl

–Me buscabas, señor –dijo el chamán.

–Sí –respondió Moctezuma.

–¿Qué deseas? –cuestionó el chamán.

–Quiero saber sobre tus visiones.

–Por supuesto –dijo Chac, y le contó lo que vio en esos momentos.

 

Una enorme nave, escondida entre humo; sandalias corriendo por el campo, en la Calzada de los muertos, en el aire los caballeros águila, y disparos.

–Es la guerra –sentenció Moctezuma.

–Eso parece –confirmó el chamán.

 

La pirámide del Sol, figura tetrarca, junto a su hermana lunar, tus escalones emprenden el camino de idea el astro rey, hacia él apuntan los cimientos de tu construcción; desde las bases, hasta los escalones, y la punta toda, como un cuerpo sólido, eres una palabra sabia inserta en la calidez azteca, antes de parajes soleados, ahora de nieve blanca, como una lengua de nube, como un sol blanco, enceguecido a sí mismo, sol de nieve, Teotihuacán de nieve, pirámide de nieve, ante ti nos rendimos, ante tu blancura inmediata y cálida, mujer blanca, hecha de sueños: nieve, flor de cempasúchil para los vivos, pulque de aire para los sordos, colibrí blanco para los ciegos, pronunció un poeta.

 

El maguey entre la nieve, el artefacto para canalizar los mensajes del maguey, el Rey padre maguey, astro de la naturaleza,

–¿Cuánto tiempo nos llevará retirar la nieve? –preguntó el vidente.

–Un par de días –respondió el maguey, moviendo ligerísimamente, una de sus hojas puntiagudas, como un aligera campana verde–. Pero antes de ello deberán encontrar y vencer a la serpiente lunar, un monstruo extraterrestre que ha venido a Teotihuacán, modificó las coordenadas solares de la pirámide del Sol y ocasionó la primera nevada, el primero copo de nieve, del cual hay una coincidencia que el propio vidente percibió.

 

Deshielo sobre tu piel

El rocío descongelándose en tu piel, al ritmo incesante, interno, de mis caricias, princesa Meztli; beso a beso, como avanzado por la nieve, descubriendo las flores sepultadas por el frío, así descubro mis besos en tus muslos, como si ellos fueron quienes me esperaran, y no yo quien te los ofreciera, son ellos y tú misma una entidad, un ave secreta que en los atardeceres blancos del Teotihuacán nevado me llevaran entre sus alas y desde allí al canto definitivo del amor.

 

Amada Meztli

La luna, ese témpano de hielo, caricia curvada, o labios a medio sonreír, vulva selenita, madeja de amor, en ti, me hundo como un dedo para saber la profundidad de la nieve, y en ese frío descongelo mis manos, porque el otro lado del hielo es el calor, y allí nadando en témpanos enrojezco de pasión, mi vara congelada penetra tu cuerpo, avalancha de nieve, entre rugidos, ecos y el rugir de la montaña, los animales –tus gritos enloquecedores–, se vuelven suspiros, una ligera flor nacida después de la avalancha, encuentro de nosotros, de nuestras miradas, y de un sí, que dio paso a esta nevada.

 

En las noches nevadas de la ciudad, el emperador redacta hermosas cartas para su amada, como lo hicieran antes otros poetas, en el universo original azteca, donde surgió este desparpajo de universos meta prehispánicos, uno de ellos este último, nevado y frío, pero cálido, por las letras del emperador para su amada.

 

Los jaguares flotantes

El jaguar flotante, una máquina elevada con la potencia de cuatro bestias, no obstante, voladoras, o en pleno salto, esa era la definición que los guerreros jaguar tenían de su medio de transporte para conducir largas distancias, de Teotihuacán a la Riviera maya, una lejana tierra en el sureste del planeta, hacia el centro del país en el volcán Xinantecátl, donde traían a la ciudad algunas tunas, y nopales de buen sabor, o hacia el propio Xochimilco, no tan lejano, pero lo suficientemente lejos como para no ir a pie; así, pues, las distintos trayectos, en los cuales los guerreros empleaban estas bestias metálicas eran unos u otros, pero siempre flotantes; por encima del suelo se levantaban la distancia, precisamente, de una cabeza de jaguar, una cabeza de felino, como si allí, y no en las patas, se concentrase la velocidad de estos animales, como si allí, no en su corazón retumbante se aferrasen a la tierra, como si allí, y no en su cola se encontrara el balance de su cuerpo, como si allí, y no en sus manchas pardas se encontrase la belleza de su piel… En fin, el jaguar flotante, a semejanza del felino, corría a una gran velocidad, derrapaba en esa ligera distancia entre el suelo y el aire, para, al fin, frenarse, cambiar de rumbo, o acelerar un tanto más. Esa era, pues, la esencia de esta bestia metálica, de esta motocicleta flotante, de este auto individual, de este gato de acero que no dejaba de rugir y correr, ni en la lluvia, el frío o la sequedad del ambiente; estaba diseñado para resistir, enfrentar y retar a los más extremos climas; que se supiera, de hecho, nunca se había detenido ante alguna eventualidad mecánica, propia o ajena (contaba con un mecanismo de auto reparación, perfectísimo); su naturaleza –mecánica–, consistía en ir siempre al frente, hacia los costados o en reversa sólo para acomodar el rumbo, redirigirse, o aumentar la velocidad, y en el desacelere, para estacionarse o apagarse hasta el próximo viaje, esa era su naturaleza. De este modo, el jaguar flotante se encontraba diseñado para recorrer campo abierto, por encima del agua –un cemacolli–, los cerros, pantanos, desiertos, en una máquina, una bestia del transporte, de los ejércitos del huey tlatoani Moctezuma; servidumbre de los propios guerreros, y sirviente de los habitantes de esta ciudad, se había enfrentado a los climas, terrenos y guerras más tortuosas.

 

Meztli, princesa mexica, el blanco y único sueño del emperador; sus labios son dulces como el tejocote, y su piel tersa cual vuelo de ave, el nombre cuyo significado es Luna.

 

Colmillos al frente, cuatro patas, con turbinas que lo elevan, asientos con piel de felino, combustible: chapopote líquido, manejo digital, y potencia en cada cemacolli recorrido; vehículo cuyo uso principal es el recorrer, se verá enfrentado, dentro de poco, en la guerra. Pero ahora mismo, en épocas de nieve seguía flotando, vestido, también de blanco, sin perder sus manchas de cobre, listo para la próxima batalla.

 

–¿Qué requiere? –preguntó Moctezuma, con evidente preocupación.

–Un implante en el brazo –contestó el médico robot,

–Hágalo –dijo de inmediato el emperador.

–A la orden, señor.

En ese momento llevaron a la princesa hacia la sala de operaciones, la transportaban en una camilla de palma; la introdujeron en la sala de cristal y comenzaron el procedimiento.

 

Al bajar de un paseo de jaguar flotante, Moctezuma, notó una mancha negra en el antebrazo; aunque Meztli le aplicó sábila de nopal, y tesina de cempasúchil, el agujero abierto, espacio negro en la piel del hombre, no cesó; se mantuvo –salvo el diagnóstico de médicos–, en ese cuerpo. Eso fue antes del frío.

 

El emperador y el chamán continuaban hablando.

–Me dice que pronto llegará la primera señal –opinó Moctezuma.

–Cierto –confirmó el brujo.

 

La bomba había caído a unos pasos del cali de Meztli, quien se encontraba en la entrada, no recibió el impacto directo, pero el fuego corrió por los pasillos de la construcción y alcanzó a quemar el antebrazo; la sangre no corrió tan intensa como parecería, el fuego le arrancó la mayor parte del antebrazo cauterizando al mismo tiempo, y de manera increíble la zona lastimada. No obstante, la princesa corría el peligro de perder la extremidad si no se llevaba a cabo una intervención bio médica.

 

Tetitla, barrio tradicional

Sus muros a media altura, y los muros completos enseñando pinturas coloridas, que retratan lechuzas, quetzales, y colibríes; los pasillos continúan, y llevan, fuera de ellos, a donde trotan zorrillos, coyotes y xoloescuincles, que se ocultan entre los pequeños edificios que complementan el barrio; la nieve es fría y deben cubrirse: lejos del campo, es el único lugar a donde se resguardan, la nieve llega, y no les da la oportunidad de más.

 

La mariposa, símbolo de transformación, dibujada en las paredes de los barrios señala, en esas dos dimensiones, los ritos de paso. Los jóvenes que se convertirán en guerreros, sacerdotes o artistas, todos ellos pasan por el ritual, se cortan y recortan, con alguna obsidiana, el antebrazo, la sangre mana y se echa al agua, como una bebida, ofrendada a los dioses, pero también a los espectadores de aquellos actos; una vez terminados los ritos, la sangre se la lleva el agua, pero también con ella, la juventud, y le da la bienvenida, gustosa, a los nuevos hombres, dueños, pero también siervos, de la ciudad de los dioses.

 

–¿Una nave? –preguntó Moctezuma.

–Ni más ni menos –confirmó Macehual–, de acuerdo a exploraciones de los caballeros águila, una especie de concha de armadillo, flotante, y de metal; no podría describir más, pues, por ahora, son las únicas señas dadas por nuestros guerreros, que así lo indican en vuelos, breves, de reconocimiento; un poco por las nubes, un poco por el volcán, un poco desde una distancia sensata entre el suelo y el cielo, así lo indica, señor –continuó el soldado–. Estas, pues, son las señales desde aire, pero habremos de esperar el reconocimiento por tierra, de nuestros compañeros, caballeros jaguar, a ver su informe, pero, por ahora, insisto, eso parece, una nave, y una extranjero, pues nadie la conoce, no es sin duda algo parecido a nuestro armamento de vehículos o naves conocido, nada se le parece a ello, y, aunque no termina por ser totalmente aterrador, sí un tanto desconocido, lo cual nos tiene en ascuas, a la espera de confirmar cuál es el veredicto de ambos comandos, el de aire, con las águilas, y el de tierra, con los jaguares, esa es, pues, señor, el reporte del momento, además, de naturalmente, la continua caída de la nieve, esas sustancia blanca, caída o venida, aparentemente, al paralelo de aquella nave desconocida, señor Moctezuma.



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