domingo, 17 de enero de 2021

El otro, de Borges, un breve análisis simbólico

Jorge Sánchez Jinéz

 

El cuento El otro, del escritor argentino Jorge Luis Borges contenido en el maravilloso ‘El libro de arena’, no deja de ser un texto que aborda el eterno tema del doble, como ya sucedió con Dorian Grey (sí, finalmente ese es el tema), y especialmente con El extraño caso del doctor Jekyll y mister Hyde, de Robert Louis Steven.

De este modo el cuento de Borges constituye una exploración, desde la literatura fantástica, del tema del doble, un arquetipo en el cual un personaje se desdobla sobre sí mismo, desplegando características, en muchos casos, que caen en las polaridades bondad y maldad, por decirlo de algún modo: positivo y negativo, luz y sombra, etc. Como sea, en el cuento de Borges es, por cierto, una polaridad similar la explorada aquí: la vejez y la juventud. Naturalmente, es el Borges anciano (el autor se ha colocado a sí mismo como personaje, dotando así al texto de una característica autobiográfica muy valiosa)… el Borges anciano, pues, es el narrador de la historia y quien, de manera natural, se encuentra con su otro yo, joven, inexperto aún en algunos casos, o poco conocedor -es normal- de eventos futuros ya sucedidos en la vida del otro; es Borges anciano quien le revela detalles de  la vida cotidiana -como la localización de libros e instrumentos de cocina o caseros-, para convencerlo del evento vivido en ese momento; lo instruye o avisa de eventos históricos, como la gran guerra, y le dice, le confiesa de manera poética (aún más sabiendo esto como una experiencia del autor, no sólo del personaje), acerca de una ceguera que sufrirá con el tiempo: es como un lento atardecer de verano, le dice al muchacho.

Más adelante, en la historia ocurre un punto necesario (después de cruzar uno o dos referencias más, históricas, personales y, en especial. literarias, de hecho, en algún momento se menciona El doble, de Dostoievski, razón no está en sí misma, sino el tema completo del cuento lo que me dio la pauta para iniciar el artículo de tal forma).

Un punto central de la historia (pasado el referente de la ceguera), es determinar la naturaleza del encuentro: acaso se trata de un evento real; parece importante confirmarlo, negarlo, o al menos, ponerlo en duda; para ello, el Borges anciano, le propone al joven intercambiar un billete y una moneda (“el arco del escudo de plata perdiéndose en el río de plata”), el anciano entrega el papel, el joven la moneda -o escudo-, y este último lee en el billete una fecha, que después resultará ilusoria, falsa, afirma el narrador, pues todo consistía en determinar si se trataba de un hecho real o un sueño: esa convergencia de dos tiempos y dos espacios en uno solo; determinar dicha naturaleza parece una tarea principal (además de funcionar como metáfora literaria del paso del tiempo, en general, y en la vida humana, en especial en la del propio Borges, como autor). Así, pues, al entregarle el billete al joven, este afirma: “No puede ser… Lleva la fecha de mil novecientos sesenta y cuatro”. Finalmente, ambos se van (previo acuerdo de reunirse), circunstancia que no ocurrió, afirma el Borges anciano. Como sea, después de ello, el narrador busca dilucidar la naturaleza del encuentro. El joven estuvo en un sueño (soñó, por lo tanto, la fecha del billete); mientras que, para el anciano, el hecho fue real; para el joven, el evento se desvaneció; para el viejo, fue una experiencia real que, simplemente, trató de olvidar o de contarla como un cuento, y de allí su nacimiento. Aquí termina el texto, escrito por Borges, el autor.

Él mismo confesaría hacia el final de su vida cierta incapacidad para entregarse a ella por completo, de ahí la importancia, no obstante, de volver a este cuento y añadir el siguiente apéndice.

Nota extra: en el cuento aparecen dos símbolos importantes que ocurren dentro del diálogo de ambos personajes: el río y la plata, el primero aparece un par de veces (el narrador menciona o refiere a Heráclito y su perene imagen del tiempo, postulada en el río y su devenir imposible); en el caso de la plata aparece en el escudo que el joven le entrega al anciano, y en un mate o samovar que existe en la casa del joven, referido por el viejo. Ambos símbolos, aun siendo materiales, físicamente, representan, a mi gusto, representaciones -más allá de la referencia a Heráclito-, el paso del tiempo, el cabello cano, y la longevidad, en el caso de los objetos de plata. Un tercer símbolo, más particular, menos universal, es la ceguera, ese “lento atardecer de verano” que nos habla de una confesión secreta, poética y personal del propio autor, lo cual convierte al cuento y a sus personajes, en especial, quizás más al anciano, y al propio Borges autor, en un personaje, como se dice en la literatura, memorable, y de allí, gran parte de su belleza, literaria y, claro, humana. 




El Panóptico en la literatura

Jorge Sánchez Jinéz

 

El concepto de Panóptico fue utilizado originalmente para designar un retablo, en cuyo centro se encuentra una torre o atalaya que permite ver la cárcel completa, las celdas que se ubican alrededor de ella, para así poder vigilarlas, estableciendo así una situación de control sobre los presos.

Ahora bien, este Panóptico, que parte de la arquitectura sería retomado por Michel Foucault, quien al adaptarlo a su teoría sobre el poder lo dotaría de acepciones relativas al control, el sometimiento, y la superioridad de una posición psicológica, social o económica.

En ese sentido, hay algunas obras literarias que adoptan dicho concepto; un ejemplo es la novela El Sistema, de Ricardo Menéndez Salmón, ganadora del premio Biblioteca Breve 2016. La historia cuenta la vida de un constructo geográfico, ordenado en archipiélagos, que, en conjunto, llevan el de la novela; este sistema, ha tenido periodos temporales Protohistoria, Historia Antigua, Historia Moderna e Historia Nueva, éste último es donde se desarrolla la trama. En ella, el encargado de registrar los hechos es el Narrador, como las guerras, crisis políticas, movimientos económicos, etc.

Entre ese barullo de eventos, lugares, personajes (siempre señalados en genérico, y con mayúsculas), destaca la aparición del Panóptico, un lugar donde:

“Fuera de la Estación existe un perímetro de seguridad: cemento y hormigón, ladrillo y hangares, casamatas y enseres de intendencia, cuadrículas cerradas, bosques de antenas, bloques espartanos, una soberbia torre de vigilancia: el Panóptico. El personal que lo habita es enigmático, una policía invisible. Más allá de ese arco protector están las carreteras, las ciudades, la vida estipulada, ordenada y comunitaria, de los Atributos y los Accidentes”.

Es decir, aquí encontramos la inserción del concepto foucaultiano, y/o bien del simple uso de la palabra, como se hacía en arquitectura, no lo sabemos; pero finalmente, como notamos en el texto citado, ambos conceptos convergen. Así, notamos, además de dicha inclusión, la habilidad escritural del autor para colocar un concepto científico y/o histórico en una narrativa, la propia, que, sin salir de un contexto marcado desde el inicio de la obra, encaja de manera íntegra; una capacidad peculiar del autor.

Por otro lado, la inserción de una palabra científica no es única en la literatura, ya se ha hecho en otros momentos y la vemos con otros autores -digamos, Ray Bradbury, quien en Farenheit 451, o en cuentos como El peatón pone de manifiesto este concepto bajo una policía hiper vigilante -dedicada a capturar y someter a quienes conservan libros, en mundo donde quedan prohibidos-, que, simbólicamente, termina siendo un panóptico.

Así, pues, El Sistema de Ricardo Menéndez Salmón se enmarca dentro de esta clasificación panóptica.

Cómo apunte final habría que señalar que el archipiélago que conforma El Sistema no es sólo geográfico, sino también literario, la narración está dividida en fragmentos: archipiélagos literarios que coinciden con los descritos dentro de la novela.

Y esa convergencia, ese coincidir, es, al parecer, un disfrute particular de dicha obra.



lunes, 4 de enero de 2021

The mandalorian, la filosofía de sus personajes

Jorge Sánchez Jinéz

 

Las narrativas heroicas suelen estar acompañadas de alguna filosofía a partir de la cual se ordena la historia de sus protagonistas; estos modos de ver la vida pueden ser reales -basados en alguna religión, ciencia o tradición, o se conforman a partir del propio universo generado por el creador o escritor(a) de la historia: algunos ejemplos de ello son: la Fuerza, en La guerra de las galaxias, el presente en la película El camino del guerrero; el destino, en la novela La espada del destino… hay tantas más. Pero ahora quisiera centrarme en una serie de televisión que complementa el universo de La guerra de las galaxias. Me refiero a The Mandalorian, con personajes memorables cuya vida se encuentra sustentada, precisamente, por una filosofía de vida.

La historia gira alrededor del mandaloriano, un cazarrecompensas que tiene como trabajo encontrar a un niño, un bebé de ‘apenas’ cincuenta años, y que según sabemos por el contexto de La guerra de las galaxias, pertenece a la raza del maestro Yoda; dicho trabajo lo obliga a entregar al niño; no obstante, después de realizarlo, regresa por él, huye, y decide cuidarlo, pese a los problemas que le trae ello.

En ese sentido, me gustaría mencionar tres personajes que hablan de dicha filosofía.

El mandaloriano. Din Djarin, This is the way, este es el camino. Con esta frase aceptemos la vida tal como viene, hay una corriente, una sabiduría más grande que nosotros, los seres humanos (o lo seres del universo en The mandalorian), y ésta nos indica qué hacer, porque nosotros somos menos sabios, o, dicho de otra forma, podemos acercarnos a esta sabiduría, simplemente, siguiéndola.

Kuiil, I Have Spoken, no se hable más. Estas palabras nos indican o nos invitan a acatarnos a los hechos, no crear ruido alrededor de una situación concreta, a condición de actuar o hablar con la verdad: no se hable más, las cosas son así, y está hecho.

IG-11. Aunque no tiene una frase definida, habla de proteger al niño, estoy programado para cuidar, se le escucha constantemente, y así lo hace hasta el final de su existencia, robótica, pero llena de sentido.

Estos son, pues, los tres personajes, cuya filosofía de vida -explícita al mencionar dichas palabras, respaldadas por sus acciones-, puede resumirse en la figura del héroe, un arquetipo cuya manifestación consiste -ya en la vida humana-, en cumplir de nuestros objetivos (terrenales, espirituales, etc.), hacernos cargo de ellos, dentro de límites aceptables y sanos para nosotros y para los demás.

En cuanto a la escritura de una novela, cuento, o su proyección en el cine o la televisión, sería importante apuntarse a una de ellas, alguna que resalte el valor, la verdad, la autenticidad, que son cualidades o valores abstractos, pero que para ponerlos en práctica están, precisamente estas historias, cuyos personajes -símbolos y no personas-, representan perfectamente la manera en la cual emplear estas ‘armas’… En fin, más allá de la cuestión ética, quisiera resaltar el valor práctico de estas historias, la filosofía de vida -que no es su propósito principal-, y cómo sustentando el por qué y para qué de cada personaje vienen a contarnos lo que, en realidad, buscamos en algún momento de la vida: ser los héroes de nuestra propia historia. 

Este artículo, junto con otros, puedes encontrarlo en mi libro The mandalorian. La filosofía de sus personajes, en este enlace de Amazon



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