sábado, 5 de diciembre de 2020

 

El simbolismo en la literatura, el caso de las aves

Jorge Sánchez Jinéz

 

*con información de las historias citadas

Tengo en mente algunas imágenes acerca del simbolismo del ave en la literatura; pero en ese sentido, me gustaría, antes que nada, recordar una diferencia que hace Carl Jung al respecto de los símbolos y los signos, y si bien se trata de un elemento meramente psicológico, me parece que podemos trasladarlos al terreno de la literatura, pues no nos es ajeno durante la escritura y lectura; en primer lugar, Jung se refiere al signo como un elemento de un significado específico, como una señal de no dar vuelta a la izquierda, un semáforo, una letra, un objeto concreto, un auto por ejemplo; ahora bien, en el caso del símbolo, este autor nos advierte acerca de sus significados múltiples, más allá de los tiempos, las culturas, o más allá de las diferencias sutiles que pudiera haber en su forma, esencialmente se trata, podemos decir, de un conglomerado de significados puestos en una imagen, una forma, o un elemento cultural; pienso, ahora, en el caso del mandala, una círculo y/o cuadrado, inscrito uno dentro del otro (hay variedades de mandalas), cuya representación más general es la de la totalidad de la mente, es decir, todos sus procesos, dinámicas y estructura; el cuadrado y el círculo representan, en lo general, las energías masculina y femenina, presentes en el mundo, tanto en el real como en el intangible; pero vayamos un poco más despacio, y regresemos al caso del simbolismo del ave en la literatura. Y es que ahora sí descartado que el ave puede tratarse de un signo y en cambio puede manejarse como un símbolo, y esto lo digo porque, en efecto, el ave (en cualquiera de sus muchas formas), aparece en distintos cuentos de hadas clásicos o populares, como Hansel y Gretel, o en la Cenicienta y suele tener este cariz múltiple; si bien puede funcionar como signo.

Pero bien, vayamos: hace un momento, antes de escribir este breve artículo, me encontraba leyendo un cuento de Ray Bradbury, donde una imagen llamó mi atención:

«El cañón del arma se apoyó con feo placer contra el tórax, del tamaño de una jaula de pájaro no muy grande».

En ese momento, me vino la idea de golpe, el ave en la literatura, y de a poco reconstruí una serie de imágenes relacionadas con la misma. Pensé, al instante en el gorrión rojo, que le solicitan al detective Belane, en la novela Pulp, de Bokowsky -si no has leído la novela, detente aquí-; de inmediato traje también a la memoria el Espíritu Santo, una palomita que comunica a los seres humanos con Dios; en el caso de Belane, al final de la novela se descubre que el dichoso gorrión no se trata sino de un elemento que lo lleva a la muerte; podemos, por tanto, concluir que ese gorrión es la búsqueda de la vida o aquello que lo mantiene vivo, el asunto es mucho más complejo, pero creo que es necesario dejarlo así, pues se trata de una paradoja del ciclo de la vida y la muerte, pero, insisto, creo que puede, de pronto, dejarse así: el gorrión rojo es la vida, lo que insufla de vida la novela, la propia existencia de Belane y que lo lleva al destino último; en fin, en el caso del Espíritu Santo, no puedo sino recordar con pasión, interés, intensidad, algunos libros espirituales acerca de dicha ave, y que, en resumidas cuentas, hablan de esa comunicación divina para con el ser humano; esto me lleva a pensar un poco más en los citados cuentos populares, en especial en aquellos -no tengo alguno en concreto ahora mismo-, en los cuales un avecilla le ‘dice’ a un personaje por dónde ir, y el personaje toma esa ruta o camino; en términos psicológicos hablamos del ave como un comunicador, un representante de la intuición, esa avecilla llamada Espíritu Santo, pero bajada al nivel de lo humano. Así pues, en lo general estaríamos hablando del ave como una metáfora del corazón, su simbolismo representa la vida, la intuición, y la conexión con la vida espiritual.

Sobre idea de escribir este breve artículo era un tanto para confirmar cómo, en ocasiones, los símbolos aparecen de manera espontánea en la narrativa del escritor, y en ese caso, lo único que debemos hacer, si se quiere, es permitirles que sean, dejarlos ahí, para que hagan su trabajo, que es alimentar la historia, dar un guiño o confirmar que estamos conectados con lo que estamos escribiendo (bastante más podríamos hablar del simbolismo, pero será en otra ocasión).

El cuento de Ray Bradbury, por cierto, se titula Asesino en miniatura y se encuentra en su libro Memoria de crímenes, una colección de historias detectivescas, policiacas.

 


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