El otro, de Borges, un breve análisis simbólico
Jorge Sánchez Jinéz
El
cuento El otro, del escritor argentino Jorge Luis Borges contenido en el
maravilloso ‘El libro de arena’, no deja de ser un texto que aborda el eterno
tema del doble, como ya sucedió con Dorian Grey (sí, finalmente ese es
el tema), y especialmente con El extraño caso del doctor Jekyll y mister
Hyde, de Robert Louis Steven.
De
este modo el cuento de Borges constituye una exploración, desde la literatura
fantástica, del tema del doble, un arquetipo en el cual un personaje se
desdobla sobre sí mismo, desplegando características, en muchos casos, que caen
en las polaridades bondad y maldad, por decirlo de algún modo: positivo y
negativo, luz y sombra, etc. Como sea, en el cuento de Borges es, por cierto,
una polaridad similar la explorada aquí: la vejez y la juventud. Naturalmente,
es el Borges anciano (el autor se ha colocado a sí mismo como personaje,
dotando así al texto de una característica autobiográfica muy valiosa)… el
Borges anciano, pues, es el narrador de la historia y quien, de manera natural,
se encuentra con su otro yo, joven, inexperto aún en algunos casos, o poco
conocedor -es normal- de eventos futuros ya sucedidos en la vida del otro; es
Borges anciano quien le revela detalles de la vida cotidiana -como la localización de
libros e instrumentos de cocina o caseros-, para convencerlo del evento vivido
en ese momento; lo instruye o avisa de eventos históricos, como la gran guerra,
y le dice, le confiesa de manera poética (aún más sabiendo esto como una
experiencia del autor, no sólo del personaje), acerca de una ceguera que
sufrirá con el tiempo: es como un lento atardecer de verano, le dice al
muchacho.
Más
adelante, en la historia ocurre un punto necesario (después de cruzar uno o dos
referencias más, históricas, personales y, en especial. literarias, de hecho,
en algún momento se menciona El doble, de Dostoievski, razón no está en
sí misma, sino el tema completo del cuento lo que me dio la pauta para iniciar
el artículo de tal forma).
Un
punto central de la historia (pasado el referente de la ceguera), es determinar
la naturaleza del encuentro: acaso se trata de un evento real; parece
importante confirmarlo, negarlo, o al menos, ponerlo en duda; para ello, el
Borges anciano, le propone al joven intercambiar un billete y una moneda (“el
arco del escudo de plata perdiéndose en el río de plata”), el anciano entrega
el papel, el joven la moneda -o escudo-, y este último lee en el billete una
fecha, que después resultará ilusoria, falsa, afirma el narrador, pues todo consistía
en determinar si se trataba de un hecho real o un sueño: esa convergencia de
dos tiempos y dos espacios en uno solo; determinar dicha naturaleza parece una
tarea principal (además de funcionar como metáfora literaria del paso del
tiempo, en general, y en la vida humana, en especial en la del propio Borges,
como autor). Así, pues, al entregarle el billete al joven, este afirma: “No
puede ser… Lleva la fecha de mil novecientos sesenta y cuatro”. Finalmente, ambos
se van (previo acuerdo de reunirse), circunstancia que no ocurrió, afirma el Borges
anciano. Como sea, después de ello, el narrador busca dilucidar la naturaleza
del encuentro. El joven estuvo en un sueño (soñó, por lo tanto, la fecha del
billete); mientras que, para el anciano, el hecho fue real; para el joven, el
evento se desvaneció; para el viejo, fue una experiencia real que, simplemente,
trató de olvidar o de contarla como un cuento, y de allí su nacimiento. Aquí
termina el texto, escrito por Borges, el autor.
Él
mismo confesaría hacia el final de su vida cierta incapacidad para entregarse a
ella por completo, de ahí la importancia, no obstante, de volver a este cuento
y añadir el siguiente apéndice.
Nota
extra: en el cuento aparecen dos símbolos importantes que ocurren dentro del
diálogo de ambos personajes: el río y la plata, el primero aparece un par de
veces (el narrador menciona o refiere a Heráclito y su perene imagen del
tiempo, postulada en el río y su devenir imposible); en el caso de la plata
aparece en el escudo que el joven le entrega al anciano, y en un mate o samovar
que existe en la casa del joven, referido por el viejo. Ambos símbolos, aun
siendo materiales, físicamente, representan, a mi gusto, representaciones -más
allá de la referencia a Heráclito-, el paso del tiempo, el cabello cano, y la
longevidad, en el caso de los objetos de plata. Un tercer símbolo, más
particular, menos universal, es la ceguera, ese “lento atardecer de verano” que
nos habla de una confesión secreta, poética y personal del propio autor, lo
cual convierte al cuento y a sus personajes, en especial, quizás más al anciano,
y al propio Borges autor, en un personaje, como se dice en la literatura,
memorable, y de allí, gran parte de su belleza, literaria y, claro, humana.