De zombis, muertos vivientes, y no muertos
Jorge Sánchez Jinéz
El
día de hoy quisiera abordar un tema que, en lo personal, me causa estragos,
quizás por mi condición personal, de aún no sanación completa, o insuficiente
para responder a algunas condiciones violentas sobre la vida, injustas, o
quizás simplemente terroríficas. Pero vayamos a ello, porque más que una
cuestión personal, insisto, el día de hoy quisiera hablar del tema, desde la
metáfora, desde la literatura, como ya es costumbre, pero enfocada al cine
(recordemos que toda serie película o producción, tiene, antes que nada, una
producción escrita, un guion, literario, o no, pero un guion). Como sea, empecemos
con la cuestión del zombi ¿Qué es el zombi? ¿Quién es el zombi? Es un muerto
viviente o un no muerto, las alegorías abundan, y podríamos enumerar montones
de ellas para explicarlo: un ser no vivo, un ente que navega entre la vida y la
muerte, o que vive a medias; esto, traducido a la vida cotidiana, sería un
oficinista, dice Alejandro Jodorowsky (aunque no necesariamente cualquier
oficinista, los hay, y los habrá que disfruten su trabajo y estén vivos); pero,
hablando un poco más allá de la forma, podría tratarse de cualquier persona
que, anestesiada en su dolor, ya no se dedica a vivir, sino a sobrevivir, y de
allí la figura del zombi (toda alegoría es una condición humana). Todo es
metáfora, podríamos, incluso citar a Lacan. Volviendo al punto, sea, quizás,
necesario realizar una breve clasificación de estos tres aspectos, de estos
tres seres condenados (aunque sea temporalmente), a la condición de seres
humanos repelidos por el dolor, ausentes de la vida (¡qué dramático!). Empecemos
pues, con los zombis. Zombis, seres de categoría inferior a los humanos,
normalmente, nacidos o renacidos a partir de un experimento científico fallido,
un virus, o, simplemente, de origen desconocido; suelen morder, arrancar el
pedazo, sangran, babean, gruñen, y aunque lentos al caminar (de ahí también que
les llamen caminantes), si te alcanzan, será tu fin; las versiones
conocidas y reconocidas van desde la enigmática y paradigmática La noche de
los muertos vivientes, de George Romero, (en su versión en blanco y negro,
¡fantástica!), hasta The Walking Dead, con sus más de nueve o diez temporadas
(¿alguien sabe en qué temporada vamos y si ya terminó?); sumaríamos a ellos,
según investigué, el propio video Thriller, de Michael Jackson, montones
de películas de reciente creación, y alguna novela española, donde los zombis
brotan como plagas; en fin, hay montones de versiones, y agotarlas, parece imposible,
pasemos, mejor, a la siguiente categoría. Muertos vivientes; aunque podríamos
incluir aquí a los mismos zombis, sólo me gustaría diferenciarlos porque éstos vuelven
a la vida, gracias a la intervención de un mago o brujo que, mediante
encantamientos, es capaz de revivir a un persona y hacerse con su voluntad; el
hecho, histórico, metafórico o real, sucede, en efecto, en Haití, y consiste en
encantamientos, rituales, o hechizos capaces, de levantar a una persona luego
que su condición de muerte, de allí su nombre; ese es el origen del zombi
actual, como muchos lo conocemos, el que se arrastra, muerde, y no muere, salvo
algún disparo en la cabeza. Llegamos por fin, a la tercera de nuestras
categorías. Los no muertos, hijos todos de Drácula, encuentran su origen
en este ser, nacido entre la realidad y la ficción. Inmortalizado por Bram Stoker,
el vampiro más conocido de la literatura, el cine y la cultura popular,
encontró su primera publicación en una novela escrita a base de cartas. A
partir de allí han surgido innumerables versiones y adaptaciones, tanto
literarias como cinematográficas (por ejemplo, la serie creada por Anne Rice),
y a su vez las adaptaciones pertinentes de ésta última… una muy divertida, ya
no de Rice, sino de Drácula, es El conde Pátula, una caricatura de finales
de los ochenta, y principios de los noventa. Una última referencia sería La
historiadora, una investigación documental, novelizada por Elizabeth Kostova,
de quien hablaremos en otra ocasión, por merecer atención su interesante El rapto
del cisne, una historia sobre un paciente mudo, por condición –mutismo, en
realidad–, y cómo su terapeuta va en busca de la solución para que confiese un
secreto o el secreto de su falta de habla. Como sea, he mencionado este último
dato, aparentemente alejado del tema, porque, en realidad, esto nos lleva al
origen del artículo: la metáfora del dolor humano (y su propensión al ataque),
colocada en la figura o figuras del zombi, el no muerto, y el muerto viviente. Pues
bien, retomando a Jodorowsky, éste coloca en algún lugar de sus redes sociales,
un post donde dice algo como: Maestro, ¿por qué tienes tantas cicatrices?
Porque los que sufren muerden, responde el maestro. Bien, esta es la respuesta,
el origen, quizás, de muchas de las creaciones que acabamos de enumerar y
clasificar (una clasificación propia), y del origen, también de este artículo:
las mordeduras de estos monstruos o de las zonas monstruosas de otros seres
humanos y de las que, muchos, hemos sido víctimas, o simplemente, receptores de
ello, representarían lo que Stephen King denominaría La zona muerta,
metáfora, también, de estas zonas anestesiadas del ser humano que, a veces,
hacen morder a los otros, y a esos otros, escribir sobre el tema... en fin, una
espiral o círculo que parece no tener fin, y que, para terminarlo, simplemente
recomendaremos las lecturas mencionadas para un disfrute más allá de lo que, en
lo personal, cada uno pueda vivir.
Nota
final
Por ahora no sé dónde cabrían otros engendros, como Frankenstein (¿no muerto, muerto viviente o zombi?). ¿Tú dónde lo pondrías?
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.