La casita de dulce en Hansel y Gretel
Jorge Sánchez Jinéz
Uno
de los motivos más interesantes de los cuentos de hadas lo encontramos, sin duda,
en el tema de la pulsión oral y las historias clásicas. Bruno Bettelheim en su
libro Psicoanálisis de los cuentos de hadas nos habla acerca de dicha pulsión,
donde el tema a vencer, controlar o reprimir (en el sentido de negociar o
tratar con él), se encuentra en la historia clásica Hansel y Gretel. La casita
de dulces a la que llegan los niños representa ese deseo insatisfecho siempre
con el que se encuentra el niño (el adulto lo encontrará después bajo otras
formas como el canto de las sirenas en Ulises). Las imágenes literarias son sorprendentes,
ya sea se trate de historias antiguas como las de estos cuentos para niños, de
literatura infantil y juvenil contemporánea o de libros religiosos como la
Biblia u otros de oriente, donde este motivo está presente de una u otra forma.
En el caso de la novela Harry Potter y el prisionero de Azkaban esta imagen
no puede faltar; la encontramos cuando Harry atraviesa Honeydukes y pasa de
largo pues, al final, se dirige a otro objetivo. La imagen es esta:
La
tienda estaba llena de estantes repletos de los dulces más apetitosos que se
puedan imaginar. Cremosos trozos de turrón, cubitos de helado de coco de color
rosa trémulo, gruesos caramelos de café con leche, cientos de chocolates
diferentes puestos en filas. Había un barril enorme lleno de alubias de sabores
y otro de Meigas Fritas, las bolas de helado levitador de las que le había
hablado Ron. En otra pared había dulces de efectos especiales: el chicle
droobles, que hacía los mejores globos (podía llenar una habitación de globos
de color jacinto que tardaban días en explotar), la rara seda dental con sabor
a menta, diablillos negros de pimienta («¡quema a tus amigos con el aliento!»);
ratones de helado («¡oye a tus dientes rechinar y castañetear!»); crema de
menta en forma de sapo («¡realmente saltan en el estómago!»); frágiles plumas
de azúcar hilado y caramelos que estallaban.
La
zona a la cual se dirigía Harry tenía colgado un letrero del Ministerio de
Magia, advirtiendo sobre la presencia de los dementores y la captura de Sirius
Black. Harry es un niño grande (pero no como dicen los pequeños de tres o cuatro
años), sino que lo es en verdad; preocupado por un asunto escolar y de índole
de seguridad, deja de lado los dulces, y atiende la preocupación de un peligro
inminente, los dementores, figuras horrendas que “se llevan la paz, la
esperanza y la alegría”, como escribiría la misma Rowling páginas antes. La imagen
de Potter, pues, resulta contrastante con la infantil escena de Hansel y
Gretel, donde, ya nos advierte Bettelheim, los pequeños son tomados por la
pulsión oral y se dejan envolver psicológicamente por la bruja, que los hará
pasar al interior de la casa y los devorará… estará a punto de devorar, hasta
que la astucia de Gretel en especial los sacará de aquel apuro, para finalmente
derrotar a esa mujer tenebrosa. Las versiones de este cuento popular son distintas,
pero quizás la más recopilada es aquella escrita por los hermanos Grimm, Jacob
y Wilhem. En el caso de la literatura contemporánea infantil uno de los
recursos más importantes para identificar este motivo se encuentra en Charlie
y la fábrica de chocolate, de Roald Dahl. Otros motivos interesantes,
narrativos, para identificar nuestra pulsión oral (el deseo de poseer, que
viene dado desde la infancia), y la ajena son historias como Blancanieves,
cuya trama refiere el peligro de dejarnos llevar por el hambre de nuestros
deseos, que no siempre aparecen en forma simbólica de comida sino también bajo
la apariencia de un amante, un trabajo o cualquier deseo material o inmaterial.
Clarissa Pinkola Estés, psicoanalista junguiana, nos habla de esto con detalle
en su libro Mujeres que corren con los lobos, que compila historias y la
interpretación de cuentos como Las zapatillas rojas, Barba Azul o
incluso Vasalissa, representaciones de ese poder desmesurado, propio o
ajeno, que puede llevarnos al entendimiento o la destrucción de nosotros mismos
si sabemos quedarnos o irnos a tiempo de ese lugar o ese deseo que dará cauce nuestra
vida.