miércoles, 29 de marzo de 2023

 La casita de dulce en Hansel y Gretel

Jorge Sánchez Jinéz

 

Uno de los motivos más interesantes de los cuentos de hadas lo encontramos, sin duda, en el tema de la pulsión oral y las historias clásicas. Bruno Bettelheim en su libro Psicoanálisis de los cuentos de hadas nos habla acerca de dicha pulsión, donde el tema a vencer, controlar o reprimir (en el sentido de negociar o tratar con él), se encuentra en la historia clásica Hansel y Gretel. La casita de dulces a la que llegan los niños representa ese deseo insatisfecho siempre con el que se encuentra el niño (el adulto lo encontrará después bajo otras formas como el canto de las sirenas en Ulises). Las imágenes literarias son sorprendentes, ya sea se trate de historias antiguas como las de estos cuentos para niños, de literatura infantil y juvenil contemporánea o de libros religiosos como la Biblia u otros de oriente, donde este motivo está presente de una u otra forma. En el caso de la novela Harry Potter y el prisionero de Azkaban esta imagen no puede faltar; la encontramos cuando Harry atraviesa Honeydukes y pasa de largo pues, al final, se dirige a otro objetivo. La imagen es esta:

La tienda estaba llena de estantes repletos de los dulces más apetitosos que se puedan imaginar. Cremosos trozos de turrón, cubitos de helado de coco de color rosa trémulo, gruesos caramelos de café con leche, cientos de chocolates diferentes puestos en filas. Había un barril enorme lleno de alubias de sabores y otro de Meigas Fritas, las bolas de helado levitador de las que le había hablado Ron. En otra pared había dulces de efectos especiales: el chicle droobles, que hacía los mejores globos (podía llenar una habitación de globos de color jacinto que tardaban días en explotar), la rara seda dental con sabor a menta, diablillos negros de pimienta («¡quema a tus amigos con el aliento!»); ratones de helado («¡oye a tus dientes rechinar y castañetear!»); crema de menta en forma de sapo («¡realmente saltan en el estómago!»); frágiles plumas de azúcar hilado y caramelos que estallaban.

La zona a la cual se dirigía Harry tenía colgado un letrero del Ministerio de Magia, advirtiendo sobre la presencia de los dementores y la captura de Sirius Black. Harry es un niño grande (pero no como dicen los pequeños de tres o cuatro años), sino que lo es en verdad; preocupado por un asunto escolar y de índole de seguridad, deja de lado los dulces, y atiende la preocupación de un peligro inminente, los dementores, figuras horrendas que “se llevan la paz, la esperanza y la alegría”, como escribiría la misma Rowling páginas antes. La imagen de Potter, pues, resulta contrastante con la infantil escena de Hansel y Gretel, donde, ya nos advierte Bettelheim, los pequeños son tomados por la pulsión oral y se dejan envolver psicológicamente por la bruja, que los hará pasar al interior de la casa y los devorará… estará a punto de devorar, hasta que la astucia de Gretel en especial los sacará de aquel apuro, para finalmente derrotar a esa mujer tenebrosa. Las versiones de este cuento popular son distintas, pero quizás la más recopilada es aquella escrita por los hermanos Grimm, Jacob y Wilhem. En el caso de la literatura contemporánea infantil uno de los recursos más importantes para identificar este motivo se encuentra en Charlie y la fábrica de chocolate, de Roald Dahl. Otros motivos interesantes, narrativos, para identificar nuestra pulsión oral (el deseo de poseer, que viene dado desde la infancia), y la ajena son historias como Blancanieves, cuya trama refiere el peligro de dejarnos llevar por el hambre de nuestros deseos, que no siempre aparecen en forma simbólica de comida sino también bajo la apariencia de un amante, un trabajo o cualquier deseo material o inmaterial. Clarissa Pinkola Estés, psicoanalista junguiana, nos habla de esto con detalle en su libro Mujeres que corren con los lobos, que compila historias y la interpretación de cuentos como Las zapatillas rojas, Barba Azul o incluso Vasalissa, representaciones de ese poder desmesurado, propio o ajeno, que puede llevarnos al entendimiento o la destrucción de nosotros mismos si sabemos quedarnos o irnos a tiempo de ese lugar o ese deseo que dará cauce nuestra vida.

 


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